Como es bien sabido, la contaminación es fuente de problemas para la salud mundial, tanto a nivel humano como del medio ambiente. Su impacto de forma directa, mediante la polución, o indirecta, por ejemplo a través del cambio climático, crean desequilibrios que provocan plagas y epidemias a lo largo y ancho de nuestro planeta.
El mundo moderno y el ideal de modernidad al que aspiran los países en desarrollo supone un modelo de vida urbano, formado por megalópolis y grandes conurbaciones, en las que la vida se vive deprisa, rodeados de asfalto, contaminación acústica, lumínica y, cómo no, dentro de una gran nube de smog que no deja títere con cabeza.
A su vez, el crecimiento acelerado en países emergentes, la concentración industrial en áreas marginales y la producción a escala (incluyendo la sobre explotación del mar y demás producción alimentaria ) se traduden en más y más polución a nivel atmosférico, acuático, del suelo, en un uso y abuso de recursos limitados que nos sitúa en la cuerda floja.
De hecho, caminamos hacia la sexta gran extinción y, si no lo remediamos con determinación y urgencia el resultado no será otro que el acabose. Al menos, para el ser humano y para un sinfín de especies que han tenido la mala suerte de coincidir con nosotros. En realidad, algo sin importancia. Para qué engañarnos, lo cierto es que para el tiempo geológico, la presencia del ser humano sobre la faz de la Tierra habrá sido, simplemente, un suspiro. Un visto y no visto…
Mientras ese fatídico momento llega, sin prisa pero sin pausa, el ser humano anda desequilibrando ecosistemas y ocasionando trastornos, en muchas ocasiones sin haber ya punto de retorno. El cambio climático y sus nefastos efectos, que ya sen dejan sentir en forma de eventos extremos, son una clara muestra, pero hay otras muchas, como la ruptura del ciclo hidrológico mundial, los alarmantes niveles de polución atmosférica, de desechos o, sin ir más lejos, las malas prácticas empleadas por la agricultura intensiva.
Las enfermedades
Además de contribuir al calentamiento global, la contaminación atmosférica afecta a la salud mundial provocando enfermedades de distinto tipo y gravedad. Los informes de la ONU sobre el particular son para echarse a temblar, tanto por las millonarias cifras de muertos anuales como por el catálogo de patologías que ocasionan, entre otros cánceres, enfermedades cardiovasculares y problemas respiratorios.
Se trata, en efecto, de una epidemia mundial, con millones de víctimas cada año en todo el mundo. Además, a la lista negra hemos de añadir aquellos síntomas asociados, como la ansiedad, y aquellos otros que ya se consideran oficialmente “epidemias no infecciosas”, como los síntomas de alergias, agravados por la presencia de smog en la atmósfera.
En concreto, en un congreso internacional de la Academia Americana de Alergia, Asma e Inmunología (AAAI) se consideró que la alergia sería “la epidemia no infecciosa del siglo XXI”.
Los factores climáticos y ambientales se consideran determinantes en las alergias, tanto a consecuencia de la polución atmosférica como por el papel desencadenante que juega el cambio brusco de temperaturas. Si hasta ahora las alergias se asociaban al cambio de estación, ahora están multiplicándose a consecuencia de los eventos extremos que provoca el cambio climático.
El número de personas con alergia y la frecuencia de los epidodios y su intensidad (reacciones desmedidas que ponen en riesgo al paciente, los denominados cuadros de anafilaxia) se ha disparado de forma paralela al aumento de los niveles de contaminación. Según los expertos, para el 2015 más de la mitad de la población la sufrirá.
Igualmente, el cambio climático aumentado la temperatura global, trastocando con ello el mapa de enfermedades, por un lado ampliando sus áreas y, por otro, incrementando los casos en sus zonas tradicionales.
La agricultura
La agricultura convencional también es un punto de interés si de plagas se trata, y la razón es muy sencilla. Pensemos en el efecto que causa el uso de insecticidas y plaguicidas de composición química en un ecosistema, en cualquier entorno natural.
¿Qué resultado esperamos ante algo así? ¿Respeto, acaso fomento de la biodiversidad, un espacio natural, campos de cultivo que son pura naturaleza? Todo lo contrario, es obvio, y precisamente por ello se ocasionan desequilibrios importantes que pasan factura.
Los plaguicidas son biocidas que acaban con el equilibrio del ecosistema, impidiendo que sea su mismo equilibrio el que se autoregule y, entre otras consecuencias.
Las plagas en zonas donde no hay biodiversidad prosperan más fácilmente, pues no encuentran freno y prevenirlas sin recurrir a la química es prácticamente imposible. Se entra, por lo tanto, en un círculo vicioso, en el que se depende de ella.
Por contra, el hábitat característico de la agricultura ecológica es idónea los polinizadores y, en fin, busca propiciar la biodiversidad y aprovecharla para obtener beneficios ambientales y de productividad.
Los desechos
La basura también es un foco de polución que genera plagas. No solo los desechos acumulados en vertederos, auténticas montañas de desperdicios que suponen un grave impacto ambiental y suponen un peligro para la salud.
Hay otras muchas maneras de alterar los ecosistemas. Hablamos, por ejemplo, de las especies invasoras, que en realidad lo son por la acción del ser humano, y a él le corresponde solucionarlo de forma responsable, mediante políticas de control de población eficaces y éticas.
O, yendo a un caso insólito que no por ello deja de ser ilustrativo, los más de 107 millones de arañas que vivían en calidad de okupas en la Baltimore Wastewater Treatment Plant, cuyas telarañas abarcaban una superficie de unos 16.000 metros cuadrados.
Por extraño que parezca, no es sino una lógica y previsible respuesta de la Naturaleza a nuestra condición del homo basurus en el que nos hemos convertido. ¿Porqué, qué es en realidad más aterrador, las aguas residuales que se concentran en dicha planta o las arañas?