Desarrollar la inteligencia para abordar de la mejor forma los retos que nos plantean los problemas ambientales es uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad. De nuestra capacidad para lograrlo dependerá en gran medida el sino del planeta y, cómo no, también el futuro del ser humano.
A nivel social se hace necesaria esa inteligencia colectiva, pero también cada persona, consumidor, usuario o ciudadano tiene la responsabilidad de contribuir en su día a día con un estilo de vida más sostenible y, en general, con un planteamiento vital acorde con una conciencia ecológica.
Sin embargo, solo una sociedad orientada a este fin puede crear el caldo de cultivo necesario para que esas actitudes eco-amigables prosperen y, en fin, nazcan de forma natural. No dentro de un mundo hostil, en el que hay que nadar contra corriente, sino dejándonos llevar, participando de esa nueva inteligencia colectiva capaz de hacer la diferencia.
Inspirará nuestras elecciones individuales y colectivas para el logro de un mundo mejor. Será un modelo válido de sostenibilidad, que nos ayude a llevar una vida que no renuncie a los estándares de calidad pero sí lleve a reflexionar sobre nuevas pautas de consumo.
Cambiar la mente
En la entrevista de Eduard Punset a Daniel Goleman, especialista en inteligencia emocional y líder de opinión (puedes ver un extracto al pie del post), se reflexiona en torno a esta cuestión. Su apuesta no es otra que cambiar el cerebro para cambiar el mundo.
Informarse es un primer paso para concienciarse, pero solo cuando la inteligencia emocional amuebla nuestra mente con los valores ecológicos surgirá la necesidad de pasar a la acción como personas, en los distintos roles de consumidores y electores.
Goleman entiende la inteligencia ecológica como una aptitud que hemos de desarrollar para entender el mundo moderno, plagado de amenazas para el entorno y la salud. El consumidor puede, y debe, a juicio del experto, aprender a descifrar el impacto oculto de los productos que consumimos.
Hoy tenemos a nuestra disposición un sinfín de fuentes de información que pueden servirnos para abrirnos los ojos sobre la conveniencia de unos u otros productos en función de sus componentes químicos, su huella de carbono u otros elementos que sean relevantes para cuidar del entorno y/o de nuestra salud.
Educar para la acción
La educación en contacto con la Naturaleza es un plus para que los más pequeños se desarrollen mejor, pero de poco servirá ese amor por el entorno, esa afinidad si luego fallamos a la hora de dotar de sentido las cosas. De, en suma, ser dueños de nuestras decisiones y destino.
En la línea de Goleman, la inteligencia emocional nos dotará de una empatía necesaria para ser solidarios con el entorno y el espíritu crítico nos ayudará a buscar esa información que necesitamos para hacer luz sobre las incógnitas que nos presenta este mundo moderno.
Una nueva ciencia
La inteligencia emocional también está relacionada con una nueva ciencia que analiza el ciclo de vida de los productos. Tal y como explica Goleman, desde que se obtiene la materia prima hasta que se fabrica y recorre toda la cadena de producción y distribución, entran en juego muchos procesos que determinan la mayor o menor inocuidad de sus ingredientes, su huella de carbono y, en general, el impacto ambiental que supone.
Conocer el grado de toxicidad para las personas y el medio ambiente de forma científica, concediéndole una puntuación precisa, es ya posible. De hecho, pronto empezará a formar parte del etiquetaje de forma experimental en Estados Unidos.
El objetivo es informar al consumidor de forma fácil e inmediata. No se trata, por lo tanto, de buscar información al margen a título personal, por otro una lado misión imposible, pues carecemos de muchos de los datos y, en todo caso, resulta poco práctico.
De prosperar este tipo de iniciativas, el activismo dejará de ser una actuación individual o grupal, impulsada por ONGs exhaustas, siempre al borde de un ataque de nervios, y pasará a formar parte del sistema. Tendremos acceso inmediato al nivel de seguridad de los productos y servicios antes de adquirirlos.
Goeman augura un “cambio disruptivo” en este nuevo contexto, pues cambiarán “las reglas de juego”. Saber que un producto tiene un determinado nivel de toxicidad y de impacto ambiental es una información con la que hasta ahora no contábamos. Y, qué duda cabe, contar con ella será como agua de mayo para las mentes concienciadas.
A su vez, los productos verdes tendrán un plus de información que complementará a los certificados ecológicos. Y, sobre todo, serán de gran ayuda para saber mucho más sobre aquellos que parecen lo que no son. Sin ir más lejos, será un antídoto estupendo contra el greenwashing, un término que describe la práctica poco honesta las empresas respecto a sus productos y a sus políticas ambientales.
Un consumidor mejor informado, que pueda acceder a un etiquetado transparente y completo, lo tiene mucho más fácil para tomar una decisión responsable a la hora de consumir unos u otros productos o servicios.
A la larga, se creará una “fuerza de mercado” que llevará a los fabricantes a contaminar menos y utilizar ingredientes menos tóxicos para no perder competitividad, apunta Goeman. Por ahora, una utopía, pero como tantas otras, finalmente podría cumplirse y el mercado ofrecerá los productos y servicios que el consumidor realmente demanda. Todos saldremos ganando. Ojalá sea sí. Por nuestro bien y el del planeta.