Como es bien sabido, los gases que emiten los tubos de escape de los vehículos son una de las principales causas del aumento de las emisiones, concretamente de los gases de efecto invernadero, responsables del avance del cambio climático.
Independientemente de que sea un coche de diésel o gasolina, el humo del tubo de escape es provocado por la combustión de la mezcla del aire y el combustible y ambos elementos son los que entran en la cámara de combustión en distintas proporciones que, entre otros factores, dependerán del tipo de motor.
La proporción de aire y combustible tiene influye en la emisión de los gases contaminantes, entre otros hidrocarburos, el anhídrido carbónico (CO2), los óxidos de nitrógeno (NOx) y el monóxido de carbono (CO). Anteriormente, también se incluía el nefasto el plomo.
Control de emisiones
El motor es incapaz de controlar los porcentajes de aire y combustible que entran en la cámara de combustión. Para poder controlar la mezcla en los coches mínimamente modernos se introduce un sensor que regule lo que entra en el motor.
Situado a la salida del colector de escape del motor, su objetivo es analizar los gases de escape enviando información de forma constante a la gestión electrónica del motor para conseguir ajustar las proporciones de la mezcla en función de lo que demande el funcionamiento del vehículo. Eso sí, salvo escándalos como el de Volkswagen, siempre dentro de los límites marcados por la normativa.
Habida cuenta de lo que nos ha traído el fraude de emisiones del grupo germano, esta autoregulación puede actuar a favor o en contra de la contaminación ambiental y, por lo tanto, de la salud pública.
Sea como fuere, incluso los coches menos contaminantes que utilizan combustible convencional contienen un alto porcentaje de componentes nocivos, como los mencionados. Si bien es cierto que, siempre que no estemos ante una avería o anomalía, menos de un dos por ciento de los gases son perjudiciales, éstos resultan tremendamente dañinos, por lo que su control es prioritario en políticas ambientales. Aunque, por descontado, debería serlo mucho más.
Sin entrar en el dramático calentamiento global, los gases de escape son una serie amenaza para la salud. El ozono troposférico, resultado de la reacción entre la luz solar, el dióxido de nitrógeno y los hidrocarburos emitidos por coches e industrias, resulta muy peligroso para la salud.
Cuando lo aspiramos se reduce nuestra función pulmonar y aumentan los riesgos de padecer enfermedades respiratorias. A su vez, las partículas que entran en nuestro organismo a través de los pulmones pasan al torrente sanguíneo, con lo que ello supone para el agravamiento de enfermedades crónicas y cardiovasculares, entre otras muchas.
De hecho, la OMS no cesa de alertar acerca de las numerosas muertes prematuras provocadas por este tipo de contaminación. A su vez, este tipo de ozono “malo”, que pertenece al grupo de las “contaminaciones secundarias”, pues no se produce directamente-, también daña el medio ambiente.
Los motores de gasolina
Los gases contaminantes que emiten los motores de gasolina son el monóxido de carbono (CO), hidrocarburos no quemados (HC), óxidos de nitrógeno (NOx), óxidos de azufre (SOx) y dióxido de carbono o CO2, potente gas de efecto invernadero.
Adelantemos que, por lo general, los coches de gasolina contaminan menos que los de diésel, pero obviamente más que un coche híbrido o eléctrico.
Sin embargo, esto no siempre se cumple. Como suele ocurrir en todas partes, las excepciones existen y, como tales, confirman la regla. En este caso, como ejemplo citaremos la curiosa conclusión de un estudio de TÜV Nord, en el que se afirma que los motores gasolina modernos de inyección directa emitían hasta diez veces más partículas contaminantes que los diésel.
Los motores de diésel
En un motor diésel los gases de escape son, fundamentalmente, los óxidos de nitrógeno (NOx), los hidrocarburos no quemados (HC), el monóxido de carbono (CO), el dióxido de carbono, el dióxido de azufre (Cox), los aldehídos y micropartículas de hollín (Mp) procedente del carbón. Sobre todo este último, con un porcentaje superior al 60 por ciento.
La proporción de hidrocarburos no quemados, de monóxido de carbono y de dióxido de carbono son bastante menores que en los gases de escape que produce el motor de gasolina, si bien los NOx superan a los de éste.
Los NOx reaccionan con los compuestos orgánicos volátiles (COV) de la atmósfera para producir el smog, que se dispara en los días soleados y calurosos. Sus efectos sobre el medio ambiente (por ejemplo, son responsables de la lluvia ácida) y la salud han ocupado numerosos titulares, en especial por los informes negativos que difunden los científicos.
Según reclamaciones de la EPA, el smog puede empeorar los efectos de numerosas patologías, como la bronquitis, el enfisema pulmonar y el asma, sobre todo en personas con bajas defensas, como los niños, enfermos y convalecientes.
¿Qué contamina más, el diésel o la gasolina?
El estudio “Calidad del aire urbano, salud y tráfico rodado” llevado a cabo por el Institut de Ciènces de la Terra Jaume Almera concluye claramente que los vehículos diésel cuadruplican la contaminación de los de gasolina equiparables.
Consumir menos combustible no significa polucionar menos. Muy al contrario, su contaminación es más pesada, es decir, se eleva menos, además de emitir niveles muy superiores de NO2 y partículas en suspensión que inhalamos. Eso sí, los diésel de los años noventa eran más nocivos, pero la tecnología todavía tiene mucho que avanzar para reducir las emisiones hasta hacerlas compatibles con unas ciudades más habitables y, en fin, con un entorno m